Literaria
jueves, 7 de junio de 2018
martes, 25 de marzo de 2014
NADIE ( Lucía Alonso.2º ESO C)
Amanecí
flotando en una isla sobre una plancha de madera con un traje que no había
visto en mi vida. No sabia que hacía allí, no recordaba nada. Cuando llegué a
la orilla me rescató un hombre, más bien joven. Era alto y guapo y parecía
bastante simpático y amable. Iba vestido con un esmoquin negro y llevaba un
maletín negro en una mano. Me dijo que llevaba tiempo esperándome pero yo no
podía recordarle y tampoco recordaba a mi familia (si la tenia), mi trabajo, mi
nombre,…Él me dijo que no importaba y que podría empezar una nueva vida con el.
En ese momento no sabia si irme con el o no. Pero como parecía de buena fe y no
tenia con quien irme me fui con el.
A la mañana
siguiente, me llevó a ver el pequeño y único pueblo que había en aquella
pequeña isla. Los habitantes eran muy simpáticos y amables y me dieron una gran
bienvenida. Pero lo que realmente me interesaba era saber el nombre de aquel
chico pero ni el ni nadie me lo decía. Pero siempre que le preguntaba me decía
“te lo diré cuando me digas tu el tuyo”. Así que asumí que nunca lo sabría ya
que yo no podía recordar mi nombre.
Iban pasando
los meses y cada vez sabíamás sobre el chico menos su nombre, su edad, su lugar
de nacimiento. Pasaba largas tardes metida en aquella casa gigante esperando a
que el llegara. Y pensaba en todos aquellos datos que no sabia de él. Me divertía
inventarme cuentos sobre el, si había venido de otra galaxia y tenia un nombre
raro… Pero un día se me ocurrió un
cuento bastante realista y parecía a lo que a mí me había pasado: A lo mejor él
también había llegado a esta isla flotando, y a lo mejor no se acuerda de su
pasado.
Esa misma noche
cuando estábamos cenando, se lo comente. Se quedo mas pálido de lo normal y los
ojos se le salían de las cuencas y me respondió con voz triste: “Lo siento
llevo mucho tiempo ocultándotelo pero creo que ya ha llegado el momento” Me
contó que hace muchos años él llegó a esta isla igual que yo y no se acordaba
de nada, pero que a él lo rescato una mujer mayor que lo apunto a una escuela
para que volviera a aprender y que pudiera tener un futuro. Pero antes de
terminar su carrera como medico ella murió. Ella era como su madre y le dejo de
herencia todo lo que tenía la casa y el
dinero. Con eso pudo terminar su carrera y tener un futuro como medico.
Me derrumbé. No
sabía que él había pasado por eso pero le pregunte: “¿Por qué sabias que yo
llegaría aquel día para que tu fueras a rescatarme?”
Él me contesto:
“No fui ese día llevo yendo a esa playa todos los días desde que murió mi
madre, porque sabía que si yo llegué allí y alguien estuvo allí para ayudarme
quería que si alguien llegaba igual que yo pudiera tener a alguien que le ayudara".
Él me contesto:
“No fui ese día llevo yendo a esa playa todos los días desde que murió mi
madre, porque sabía que si yo llegué allí y alguien estuvo allí para ayudarme
quería que si alguien llegaba igual que yo pudiera tener a alguie que le ayudara".
lunes, 17 de marzo de 2014
¿PESADILLA?
Me despierto con una gota de sudor frío recorriéndome la frente, la respiración entrecortada, el pulso acelerado… una pesadilla. Como sé que no podré dormirme hasta dentro de una rato, salgo de la cama y me pongo las zapatillas. La puerta está abierta porque no me gusta dormir con la puerta cerrada, soy claustrofóbica. En el cuarto de al lado duermen mis padres. Puedo escuchar claramente su respiración. La claridad que se filtra por la ventana me permite bajar las escaleras y llegar hasta el salón. Enciendo la tele y pongo el volumen al mínimo. Están echando un documental. La presentadora sonríe y me mira desde el otro lado de la televisión. Un parpadeo, y la presentadora soy yo. Parpadeo otra vez pero no me he equivocado: rubia, pelo ondulado y ojos marrones, una cara demasiado ovalada y una nariz picuda, ésa soy yo. Me asusto y me acerco a la tele, se me han olvidado las gafas arriba. Una mano sale del televisor me agarra y me tira para adentro.
Figuras psicodélicas de todos los colores giran mientras yo estoy sentada en la mano de una yo gigante. Mi gran yo sigue sonriendo, y con esa sonrisa inquebrantable me engulle de lleno y me traga como a una aspirina. Genial, ahora bajo por su esófago hacia algún lugar oscuro (aunque por un esófago sólo se baja a un estómago), pero yo sólo soy capaz de gritar. porque estoy muy asustada y pringada de mi propia saliva, afortunadamente esto es bastante ancho. En un tramo del camino me encuentro con un trozo de la pasta a la boloñesa que cené anoche. Me abren el paso amablemente. Cuando llego abajo entro en un mar de agua que no para de agitarse. Hay una barca en el lugar exacto donde aterrizo, como si me estuviera esperando. Así empiezo a moverme por ahí sin tener idea de adonde voy. Tengo la sensación de que la temperatura ha subido varios grados, si esto es de verdad un estómago, solo espero no salir por donde creo que voy a salir. Sigo avanzando mucho tiempo, hasta que chocamos contra algo y me doy cuenta de que me he dormido en la barca. Salto a tierra, ya parece haber amainado la tormenta y estoy en una playa de arena blanca y suave con palmeras aquí y allá como si alguien las hubiese colocado en su tiempo libre. Echo a andar hasta que me encuentro con una tortuga que sigue lentamente su paso de coronel:
-Uno, dos, uno, dos…
-¿Adónde vas?- Le pregunto.
-A ninguna parte, solo intento ganar a la liebre que se ha quedado dormida en la palmera del camino…
-Yo ya me sé ese cuento. Vas a ganar tú por si te interesa.
-Si me dices cómo termina esto, ¡entonces pierde su gracia!
-Bueno, entonces buena suerte.
-Un, dos, un, dos…
Sigo andando hasta que me encuentro a la liebre tendida a la sombra de la palmera.
-Liebre, liebre… La tortuga te va a ganar.
-¡Oy! Tengo que correr, correr, correr. Mucho tiempo dormí, más que el que debiera.
Y echa a correr sin despedirse. Yo ando y ando por aquel paraíso sin fin hasta que llego a una casita en medio de ese arenal. Entro, sin llamar y sin preocuparme de quién vive ahí. Aunque cuando entro, lo que veo es mi casa. Oigo el sonido de la tele todavía puesta y la voz amable de la presentadora hablando sobre la gacela del norte de África. Ya me ha entrado el sueño, así que subo las escaleras hasta mi cuarto. Sin embargo, en cuanto llego a la segunda planta noto que algo va mal. Otra persona, que no es mi padre ni mi madre, que soy yo, duerme acurrucada en la salita que tenemos en la segunda planta. En cuanto me oye abre los ojos, verdes y con una pupila fina de serpiente. Olisquea el aire, y me mira, con hambre. Y tengo la certeza de que quiere comerme. Me quedo paralizada. La criatura que no soy yo (ahora lo tengo claro) se abalanza sobre mí. Salgo corriendo a mi cuarto. Cierro la puerta (que de algún modo es capaz de contener a la bestia) y me meto en la cama, ese rincón en el que se está siempre a salvo. La escucho gruñir y arañar la puerta, loca. De algún modo consigo dormirme.
Me despierto con una gota de sudor frío recorriéndome la frente, la respiración entrecortada, el pulso acelerado… Una pesadilla. Como sé que no podré dormirme en un rato decido bajar a ver la tele. No sé quién habrá cerrado la puerta, ¿es que nadie sabe que soy claustrofóbica? Una respiración suave se escucha al otro lado de la puerta. Mis padres seguramente. La abro y la cara se me desencaja de horror.
Lourdes Ortiz Fernández. 2º ESO B
Figuras psicodélicas de todos los colores giran mientras yo estoy sentada en la mano de una yo gigante. Mi gran yo sigue sonriendo, y con esa sonrisa inquebrantable me engulle de lleno y me traga como a una aspirina. Genial, ahora bajo por su esófago hacia algún lugar oscuro (aunque por un esófago sólo se baja a un estómago), pero yo sólo soy capaz de gritar. porque estoy muy asustada y pringada de mi propia saliva, afortunadamente esto es bastante ancho. En un tramo del camino me encuentro con un trozo de la pasta a la boloñesa que cené anoche. Me abren el paso amablemente. Cuando llego abajo entro en un mar de agua que no para de agitarse. Hay una barca en el lugar exacto donde aterrizo, como si me estuviera esperando. Así empiezo a moverme por ahí sin tener idea de adonde voy. Tengo la sensación de que la temperatura ha subido varios grados, si esto es de verdad un estómago, solo espero no salir por donde creo que voy a salir. Sigo avanzando mucho tiempo, hasta que chocamos contra algo y me doy cuenta de que me he dormido en la barca. Salto a tierra, ya parece haber amainado la tormenta y estoy en una playa de arena blanca y suave con palmeras aquí y allá como si alguien las hubiese colocado en su tiempo libre. Echo a andar hasta que me encuentro con una tortuga que sigue lentamente su paso de coronel:
-Uno, dos, uno, dos…
-¿Adónde vas?- Le pregunto.
-A ninguna parte, solo intento ganar a la liebre que se ha quedado dormida en la palmera del camino…
-Yo ya me sé ese cuento. Vas a ganar tú por si te interesa.
-Si me dices cómo termina esto, ¡entonces pierde su gracia!
-Bueno, entonces buena suerte.
-Un, dos, un, dos…
Sigo andando hasta que me encuentro a la liebre tendida a la sombra de la palmera.
-Liebre, liebre… La tortuga te va a ganar.
-¡Oy! Tengo que correr, correr, correr. Mucho tiempo dormí, más que el que debiera.
Y echa a correr sin despedirse. Yo ando y ando por aquel paraíso sin fin hasta que llego a una casita en medio de ese arenal. Entro, sin llamar y sin preocuparme de quién vive ahí. Aunque cuando entro, lo que veo es mi casa. Oigo el sonido de la tele todavía puesta y la voz amable de la presentadora hablando sobre la gacela del norte de África. Ya me ha entrado el sueño, así que subo las escaleras hasta mi cuarto. Sin embargo, en cuanto llego a la segunda planta noto que algo va mal. Otra persona, que no es mi padre ni mi madre, que soy yo, duerme acurrucada en la salita que tenemos en la segunda planta. En cuanto me oye abre los ojos, verdes y con una pupila fina de serpiente. Olisquea el aire, y me mira, con hambre. Y tengo la certeza de que quiere comerme. Me quedo paralizada. La criatura que no soy yo (ahora lo tengo claro) se abalanza sobre mí. Salgo corriendo a mi cuarto. Cierro la puerta (que de algún modo es capaz de contener a la bestia) y me meto en la cama, ese rincón en el que se está siempre a salvo. La escucho gruñir y arañar la puerta, loca. De algún modo consigo dormirme.
Me despierto con una gota de sudor frío recorriéndome la frente, la respiración entrecortada, el pulso acelerado… Una pesadilla. Como sé que no podré dormirme en un rato decido bajar a ver la tele. No sé quién habrá cerrado la puerta, ¿es que nadie sabe que soy claustrofóbica? Una respiración suave se escucha al otro lado de la puerta. Mis padres seguramente. La abro y la cara se me desencaja de horror.
Lourdes Ortiz Fernández. 2º ESO B
MI PADRE TIENE UN SEMÁFORO.
Me llamo Adama, vivo en Kaduna, un pueblo en
Nigeria. Mi aldea es muy bonita, o al menos a mi me lo parece. Pero no tenemos
comodidades, y vivimos de lo que la tierra y los animales nos dan. Aquí todo el
mundo tiene cabras con las que mantienen a la familia. Todos los días recorro 3
kilómetros para ir a la escuela, al igual que todos los niños de las aldeas
cercanas. En la escuela tenemos un maestro que siempre nos dice que tenemos que
formarnos y estudiar mucho para que un día, podamos salir todos adelante y
vivir una vida mejor.
Por ese motivo mi padre se marchó hace un año.
Porque aquí no había futuro y quería buscar una manera de poder ayudar a toda
la familia. Él pensaba que si se marchaba e intentaba ganar dinero nos podía mandar parte de ese dinero y así
ayudarnos. Con nuestros ahorros de muchos años conseguimos pagar a unos hombres
que se dedicaban a llevar emigrantes escondidos a Europa. Así que mi padre se
marchó junto con otros hombres de la aldea. No supimos nada de él durante
varias semanas, y mi madre lógicamente estaba muy preocupada. Al igual que el
resto de la familia. Porque, como nos habían contado, sabíamos que muchos de
ellos a veces hasta morían en el viaje.
Un día nos llegó una carta. Todos nos reunimos ansiosos
a ver lo que contaba mi padre. Había sido un viaje muy largo, había visto morir
a dos de sus compañeros y había pasado mucho miedo. Pero había llegado sano y
salvo a España.
Un día cada dos semanas más o menos nos manda una
carta contándonos como está y algo de dinero que consigue reunir. Con ese
dinero, mi madre ha comprado una cabra y telas para ropa. Mi madre siempre ha
sabido coser muy bien y ahora vende en la aldea parte de la ropa que hace
ella. Mi padre nos cuenta que está bien.
Pero yo sé que en el fondo nos echa de menos. Dice que muchas veces la policía
le pide papeles que no tiene y él se tiene que esconder. También tiene miedo de
que un día le obliguen a volver a su país. Nos cuenta, que donde está, las
cosas no son tan fáciles como él pensaba que serían.
Pasa frío, calor, a veces se moja, muchas veces pasa
hambre. Está en ‘su’ semáforo. Allí intenta vender pañuelos y rosarios a los
conductores, pero ya hay tantos inmigrantes en los semáforos que la gente está
ya cansada de ellos. Pero tienen que intentar comprender que están en una
situación muy difícil. Deberían pensar lo afortunados que son de tener trabajo
y una vida fácil. Menos mal que siempre hay buenas personas que le echan una
mano. Mi padre nos cuenta que allí todo el mundo tiene coches. Y se mueven a
todas partes con él. También que siempre ve a gente en bicicleta, sobre todo a
niños de mi edad. A mí me encantaría tener una bicicleta. Iría a todas partes
con ella, incluso al colegio, y así, no tendría que andar tantos kilómetros todos
los días. Al principio, ninguno de nosotros sabíamos lo que era un semáforo.
Hasta que mi padre un día nos lo explicó en una de sus cartas. Me encantaría
ver uno. La ciudad en la que está viviendo se llama Jerez. Vive junto con otros
africanos en unas habitaciones muy baratas que han encontrado a las afueras de
la ciudad. Él también tenía una bicicleta que un amigo suyo le había prestado
pero el otro día nos contó que se la habían robado mientras estaba sentado
descansando un poco. Ahora tiene que caminar bastante ya que las distancias
allí también son largas.
Nos ha llegado una carta en la que mi padre habla de
que está esperando que le den los papeles porque parece que le han ofrecido un
trabajo en el campo recogiendo fruta. Mi
padre siempre ha trabajado en el campo así que lo sabrá hacer muy bien. Si todo sale bien, pronto podremos
estar todos juntos allí. Y empezaremos una nueva y mejor vida. Y entonces,
podré tener una bicicleta, una casa sin goteras, no pasaré tanta hambre, podré
estudiar…
Patricia Perea Soto. 2º ESO A.
LA SANTA COMPAÑA
-
Tome
usted este cirio señora :¿no quería
encender el candil?
Yo, un poco asustada y a la vez
sorprendida lo cogí pensando cómo podría haber adivinado que necesitaba el
cirio para encender el candil.
Entré en la casa y tras avanzar por
un pequeño pasillo llegué hasta la cocina, donde rápidamente encendí el candil
con el cirio y acto seguido salí de nuevo a la calle para devolverle aquel cirio al penitente que
me lo dejó. Cuando salí, sospechosamente eché un vistazo hacia los lados y no había nada ni nadie. No
quedaba ni rastro de ese cortejo. Solo pude contemplar una extraña y pequeña
masa de niebla que merodeaba al final de la calle. Finalmente, me adentré hacia mi casa, y antes
de hacer el pan, puse aquel cirio, que tendría que devolverlo, sobre una mesa
en el salón. Dos horas y media más tarde, terminé de hacer el pan, y, por
casualidad pasé por el salón, donde dejé la vela. Al mirar allí ,no encontré el
cirio. Solo pude ver un vaso de agua, que ya estaba ahí, y un hueso largo que
parecía ser de una persona. Podía ser un cúbito o un radio. Yo, estaba muy
asustada. Cuando mi hijo llegó, le dije
lo sucedido nerviosamente mientras el se tomaba su café donde remojaba unas lengüitas de gato. Mi hijo reaccionó un
poco confuso y me recomendó que fuera a ver al padre Ramón, en la parroquia del
pueblo, y que no fuera sola, sino que fuese con mi vecina más próxima.
Tras hablar con mi vecina Julia
sobre esto, ella estuvo de acuerdo sobre ir a visitar al padre Ramón, para que
nos ayudase. Mientras íbamos, portando el hueso que apareció en mi casa, a la pequeña capilla donde atendía las
confesiones el padre Ramón , nos encontramos con un vecino del pueblo, él nos
dijo que el padre Ramón estaba en su casa. Nosotras esperábamos impacientes
mientras amablemente este vecino lo llamaba. Cuando el padre Ramón salió le
contamos lo sucedido. El, sorprendido, nos dijo que le siguiéramos hacia la
parroquia, ya que allí había mucho más silencio.
Una vez que llegamos, el padre Ramón nos
dijo:
“Está bien, esto no se lo digáis ustedes a
nadie.” “Vale”, le respondimos al unísono mi vecina Julia y yo. Julia muy
preocupada le dijo al padre:
-“¿ Qué hacemos, padre, a qué se refiere?”
El padre dirigiéndose a mí, me dijo: “Tú
has de esperar cada noche afuera, en el umbral de tu casa, hasta que aparezca
nuevamente aquella procesión de la que me hablas. Y si ves un penitente sin
luz, dale ese hueso que encontraste en el poyete de la chimenea de tu casa.
Hija mía, la procesión a la que haces alusión es la Santa Compaña.”
En el momento en el que escuché lo
que me dijo el padre, un enorme escalofrío sacudió todo mi cuerpo, sentía que
me flaqueaban las piernas y no tenía ni fuerzas ni tan siquiera para emitir
palabra alguna. Todo ello porque era bien sabido que la Santa Compaña tenía una
escalofriante y tenebrosa leyenda a sus espaldas. Todo esto hizo que me
conmocionara.
La leyenda, en concreto, dice que un
día en Galicia, unos terroristas allanaron un convento de monjas, dejando tras
su paso sólo desolación: mataron todas las monjas que había. Tras ese tremendo
y trágico día, se dice que se ven los
espíritus de todas ellas procesionando por todos los cementerios y
pueblecitos tanto de Galicia como de toda España.
Yo, que todavía continuaba en estado
de shock, no dejaba de pensar y recapacitar en las palabras que el padre Ramón
me había trasladado. Así , que seguiría las recomendaciones que el párroco me
había dado: a partir de ese momento estaría todas las madrugadas, a la misma
hora, a las cuatro en punto, en la puerta de mi casa a ver si podía devolverle
aquel hueso al penitente que no llevase cirio.
En primera noche no encontré ni
rastro de aquel cortejo, lo mismo pasó a la segunda noche, hasta que la tercera
noche de mi vigilia, oí como pasos en la calle, pensando que serían las pisadas
de almas tristes y apagadas que marcarían el ritmo de la procesión. Pero cuando
salí a la calle no pude ver absolutamente nada ni a nadie. Desesperada por
devolver el cirio, que misteriosamente se había convertido en hueso, al penitente,
hacía agonizante la espera…….. hasta que a la cuarta noche, a las cuatro de la
mañana, pude ver alguien en la calle…. Era como una fila de personas, la cual
se alargaba hasta donde no alcanzaba mi vista: era la procesión, era la Santa
Compaña. Estuve esperando a que fueran pasando, en un silencio sepulcral, de
uno en uno hasta que llegase el penitente desprovisto de cirio. Llegó ese
momento, el último de la fila no tenía cirio. Cuando llegó a mi lado pude ver
que su cara era pálida y triste. Intenté hablar con él, gesticulé pero era como
si no me escuchara, no me hacía caso. Sin embargo no creo que no me oyera,
porque pude ver cómo al llamar su atención movía sus ojos. Era como si siguiese
un ritmo y no lo pudiera abandonar , un
ritmo al que todos obedecían.
Pasado unos minutos, cuando lo tuve
justo delante pude observar que ¡le faltaba un trozo de brazo!
Fue en ese momento cuando sospeché
que aquel extraño ser podría ser el espíritu de
mi difunto marido ya que antes de morir me dedicó una frase “ Si le ves
en el otro mundo, dale el hueso”. Nunca supe qué quiso decir con ello. Aún así lo dudaba puesto que a mi
marido no le faltaba ningún miembro y aparte sus palabras fueron si le
ves, o sea, en tercera persona. A lo mejor se refería a algún amigo.
Sin pensar en más, desesperada, cogí
el hueso y se lo di de inmediato. Reaccionó cogiéndolo lenta y fuertemente. Se
aferró a él, y de repente el hueso se convirtió en cirio y éste prendió. En ese
momento grité, no lo hizo muy fuerte para no llamar la atención de nadie, pero
mi grito fue de sorpresa, miedo y alivio a la vez.
Tras ese momento vi cómo la
procesión desaparecía lentamente y sus integrantes se disipaban entre la
niebla.
Desde aquel día siempre he tenido
algún candil encendido en mi casa, y eso sí, nunca me faltaron más ni las
cerillas o una piedra de encendido. También he de decir que desde aquella noche
sigo oyendo de vez en cuando a la misma hora el paseo acompasado de decenas de
personas por las calles, no me levanto a mirar, simplemente me vuelvo en mi
cama, porque ya sé quién o quienes provocan ese tenue sonido en el silencio de
la noche.
Germán Sánchez-Cruzado Muñoz. 2º ESO
A.
A TRAVÉS DEL ESPEJO
- Me siento muy sola, Dulce, ven a hablar conmigo.
-
Sofía, ya sabes
que no puedo, tengo que limpiar la casa, es mi trabajo.
-
¡Jo!
Subo las escaleras corriendo pensando en lo que voy
a hacer cuando llegue a mi habitación. Sí, necesito hacerlo de una vez aunque…
Quizás no lo consiga y las chicas del colegio tengan razón en cuanto a mi
supuesta locura. Ya estoy en mi habitación, bien.
Cojo mi libro, mi libro de hechizos, luego voy al
centro de mi habitación, que, al vivir en una mansión de lujo, es tan grande
que tiene hasta biblioteca propia, lo cual me viene muy bien, me encanta leer,
sobre todo los libros de hechiceros y hechiceras con sus poderes y su idioma
arcano tan impresionante… Y sus conjuros, eso es lo mejor. No es la primera vez
que haga (o intente hacer) un conjuro sacado de mi libro de hechizos.
Por fin llego al centro, donde hay un sol
gigantesco estampado. Me siento mirando a mi tocador, lleno de maquillaje (que
aún no se ni para qué lo tengo) que está al lado de la puerta. A mi izquierda
están los grandes ventanales que ocupan casi toda la pared, a la derecha está
mi gigantesca y casi infinita estantería con millones de tomos de toda clase,
pero el grupo dominante son las novelas de hechizos. A mi espalda está micaza y
las puertas que dan a mi baño y a mi vestidor.
Tengo mi libro, necesito un espejo y …¡olvidaba que
este conjuro necesita música de ritual!.
Ya lo tengo todo, la música está al máximo, estoy
sentada igual que antes, mi libro está abierto por la página correcta y tengo
mi espejo, EL Espejo…
Empiezo a recitar el conjuro con los ojos cerrados,
las luces apagadas y con el espejo en mis manos.
-Espej
Espejum Esperum Amorum, encuentra a mi amor verdadero, haz que lo vea y que
lo conozca a través de este espejo, Espej
Espejum Esperum Amorum. Prometo tener paciencia y guardar los tres años de
espera antes de cruzar el espejo y reunirme junto a mi amor. Gracias.
Apago la música, enciendo la luz con los ojos
todavía cerrados. Vuelvo al centro de mi habitación, me siento y más que
nerviosa, abro los ojos mirando hacia el espejo. Nada. Simplemente mi reflejo.
Debería aparecer el lugar donde vive el amor de mi vida, o incluso su imagen si
se encuentra mirando hacia el espejo y en el caso de que no tuviera espejo,
aparecería una X de color rojo. Nada.
No es la primera vez que fracaso, es más, nunca he
conseguido hacer un hechizo en condiciones. Suspiro, tristemente, me levanto y
dejo el espejo encima de mi cama.
Cuando vuelvo de darme un baño, algo me llama la
atención, es mi espejo, parece que da a una pequeñísima habitación, con paredes
de madera, también hay una cama que parece ser de paja, probablemente, para
tener esta vista tan clara de la habitación, el espejo debe estar apoyado en la
pared y en el suelo.
Voy corriendo hacia mi cama y me siento con una
gran sonrisa, cojo mi espejo y me pongo a mirar a través de él
De repente aparece una persona, un chico, parece
ser de mi edad. Es moreno, alto, guapo… Se tumba en su cama, boca arriba,
¿cuándo se dará cuenta? ¿Debo hablarle yo o dejar que él me vea?
De un momento a otro se mueve y se pone mirando
hacia el espejo. Su expresión cambia, parece medio asustado, medio asombrado,
medio curioso… y medio de todo. Se levanta poco a poco de su cama y se va
acercando hacia mí, es decir… hacia el espejo.
Se agacha y veo como lo coge, mi mirada es rígida,
le estoy mirando a los ojos, a sus verdes ojos. Él me mira un rato más, luego
dice:
- ¿Qui…
Quie-e-e-n e-e-eres? Su voz tiembla a
mil por hora.
- ¿Cómo estás en mi espejo? Dice, y cada
vez parece más asustado
Acerca su mano al cristal…
- ¡NO!. – Grito.
Él se asusta (más que antes) y casi se le cae el
espejo pero lo coge.
-
Tran… Tranquilo,
soy Sofía. No debes atravesar el espejo.
-
Hola… Sofía,
¿por qué no debo atravesarlo?. ¿Cómo es que estás aquí… quiero decir… en mi
espejo?. Yo me llamo Febrero.
-
Te lo voy a
explicar, pero no te asustes, confía en mí. He hecho un conjuro para a través
del espejo, conocer a mi amor verdadero y lo he conseguido, - digo con una
sonrisa, no tan bonita como la suya, él me aplaude-.No debes atravesarlo porque
para que se cumpla debes aceptar que nada con vida pasará de un lado a otro
hasta que pasen lo “Tres Años de la Paciencia” que es lo que hay que pagar para que
se cumpla el hechizo. No puede pasar nada con vida hasta que pasen los tres
años desde el día de hoy si no, moriremos.
-
Estás diciendo
que yo… ¿Soy tu amor verdadero?
-
El espejo me ha
llevado a ti…-Los dos nos reímos- Vaya, es la cosa más rara que he dicho nunca…
-
Pues me alegro
que nos haya juntado, tienes un pelo precioso. - Dice Febrero.
-
Y tú una sonrisa
muy agradable. Oye, dices que te llamas Febrero, un nombre curioso ¿no?
Después de llevarse sonriendo tres minutos y
veintisiete segundos, me contó que se llamaba así porque había nacido un 29 de
febrero y, como eso, en su pequeña aldea nunca había pasado, le pusieron
Febrero en su honor. Probaron a ponerle Bisiesto, pero Febrero le parecía mejor
a todo el mundo. Me preguntó si aquí nadie me escuchaba, y yo le conté que me
gustaba escuchar la música alta, pero a mis vecinos no mucho. Entonces mi padre
me insonorizó la habitación. Le pregunté lo mismo y me dijo que cuando él
estaba en su choza (como él la suele llamar) sus padres y hermanos estaban
trabajando la tierra. Él no lo hacía porque por la mañana iba a la escuela y
por la tarde se suponía que se dedicaba a estudiar. Yo le dije que debía
estudiar, pero él me respondió diciéndome de memoria todo lo que había
estudiado hoy en la escuela, incluso me decía los problemas de matemáticas
número a número. Me dejaba impresionada.
-
Estudio mucho en
los recreos. No tengo a nadie con quien estar. - Me dijo.
-
Lo mismo digo.
-
Pues vaya,
menuda escuela de locos tienes, sin contarte a ti, claro.
-
¡Cállate! ¡Qué
tonto eres! – Digo riéndome… Es tan dulce …
-
¡Oye!
-
¡Lo digo de
buena forma! – Digo, refiriéndome a lo de haberle dicho “tonto”.
-
Entonces, eres
tonta.- Dice sonriéndome.
-
Te voy a matar.
- Le digo riéndome.
- Prueba, pero a
lo mejor te cuesta un poquito. Bueno… si sabes atravesar cristales…
-
Se puede, con
este sí, quiero decir, pero ya sabes que no debemos…
-
Por los “Tres
Años de la Paciencia”,
lo sé. Tranquila.
Así fueron pasando los días, las semanas, los
meses… Quedábamos a una cierta hora y nos llevábamos hasta tardísimo juntos, si
se puede decir así. Le conté lo sola que me sentía antes de haberle conocido, y
él me contaba que el único amigo que tenía había empezado a dejarle solo.
-
Pero no me
importa, porque te tengo a ti, más o menos. - Me decía.
El primer año, pasó rápido, nos regalamos unas
cartas mutuamente, nos las tiramos a través del espejo para no rozarlo. Su
carta tenía un poema, Febrero es un gran poeta, pero por mucho que le digo que
escriba, dice que no, porque dice que no escribe tan bien como yo le digo, pero
es un genio.
El segundo año, no fue muy bien, hubo numerosas
inundaciones, seguidas de sequías allá donde vivía Febrero. Entonces su familia
siempre estaba en su choza y tenía que compartir la habitación con el hijo del
vecino, porque se había inundado la casa de éste. Menos mal, que la de Febrero
estaba más segura, pero aún así había riesgo. Entonces cada vez hablábamos
menos, nadie podía enterarse de esto, así que nos distanciamos.
Cada vez estaba más convencida de que nada había
sucedido y de que me estaba volviendo loca, pero por fin, un día, volvió.
-
¿Sofía? ¡Sofía! ¡Estoy
aquí!
Cogí rápidamente el espejo cuando lo escuché y ahí
estaba.
-
¡Febrero! Estás
aquí, en el espejo claro, llegué a pensar que no existías y era todo
imaginación mía.- Y empecé a llorar.
-
Existo, toma. -
Y se arrancó un pelo de la cabeza y lo tiró a través del espejo. - Te quiero.
-
Te quiero.
Nunca pensé que algo tan sencillo como un pelo
pudiera significar tanto.
Así pasó el poco tiempo que quedaba para que
pasaran tres años y estábamos muy felices… y nerviosos. La noche antes casi no
pude dormir pero quería tener fuerzas, no quería parecer cansada.
Habíamos planeado que él atravesaría el
espejo.
-
Te quiero. Fue
lo primero que me dijo cuando lo atravesó, y me abrazó.
-
Te quiero- le
dije cuando, después de un largísimo rato, nos separamos.
Nos quedamos un gran tiempo abrazados, yo apoyada
en su hombro y él con su brazo sobre los míos acariciándome el pelo y mirándome
con su mirada protectora.
-
Eres muy bonita-me dijo. Yo sonreí mirándole.
-
Oye… -dijo
Febrero- ¿Qué vamos a
hacer cuando seamos mayores? Quiero decir… ahora está bien… pero… ¿y cuando
seamos mayores de edad? ¿Vamos a todas partes con un espejo? A ver… no es que
no quiera pero… ¡Necesito estar contigo Sofía!
-
Febrero… eres un
Sol. Tranquilo… a lo mejor de mayor me da por ir a una pequeña aldea y por
casualidad conocer a un chico…
Ahora, veinte años después, vivimos felizmente
casados en una casita en las montañas y con dos hijos siempre mirando a dos
espejos guardados como oro en paño y con un gran secreto que ocultar…
Carla Mª Pérez Jaén. 2º E.S.O. A
A
Través Del Espejo
-
Me siento muy sola,
Dulce, ven a hablar conmigo.
-
Sofía, ya sabes
que no puedo, tengo que limpiar la casa, es mi trabajo.
-
¡Jo!
Subo las escaleras corriendo pensando en lo que voy
a hacer cuando llegue a mi habitación. Sí, necesito hacerlo de una vez aunque…
Quizás no lo consiga y las chicas del colegio tengan razón en cuanto a mi
supuesta locura. Ya estoy en mi habitación, bien.
Cojo mi libro, mi libro de hechizos, luego voy al
centro de mi habitación, que, al vivir en una mansión de lujo, es tan grande
que tiene hasta biblioteca propia, lo cual me viene muy bien, me encanta leer,
sobre todo los libros de hechiceros y hechiceras con sus poderes y su idioma
arcano tan impresionante… Y sus conjuros, eso es lo mejor. No es la primera vez
que haga (o intente hacer) un conjuro sacado de mi libro de hechizos.
Por fin llego al centro, donde hay un sol
gigantesco estampado. Me siento mirando a mi tocador, lleno de maquillaje (que
aún no se ni para qué lo tengo) que está al lado de la puerta. A mi izquierda
están los grandes ventanales que ocupan casi toda la pared, a la derecha está
mi gigantesca y casi infinita estantería con millones de tomos de toda clase,
pero el grupo dominante son las novelas de hechizos. A mi espalda está micaza y
las puertas que dan a mi baño y a mi vestidor.
Tengo mi libro, necesito un espejo y …¡olvidaba que
este conjuro necesita música de ritual!.
Ya lo tengo todo, la música está al máximo, estoy
sentada igual que antes, mi libro está abierto por la página correcta y tengo
mi espejo, EL Espejo…
Empiezo a recitar el conjuro con los ojos cerrados,
las luces apagadas y con el espejo en mis manos.
-Espej
Espejum Esperum Amorum, encuentra a mi amor verdadero, haz que lo vea y que
lo conozca a través de este espejo, Espej
Espejum Esperum Amorum. Prometo tener paciencia y guardar los tres años de
espera antes de cruzar el espejo y reunirme junto a mi amor. Gracias.
Apago la música, enciendo la luz con los ojos
todavía cerrados. Vuelvo al centro de mi habitación, me siento y más que
nerviosa, abro los ojos mirando hacia el espejo. Nada. Simplemente mi reflejo.
Debería aparecer el lugar donde vive el amor de mi vida, o incluso su imagen si
se encuentra mirando hacia el espejo y en el caso de que no tuviera espejo,
aparecería una X de color rojo. Nada.
No es la primera vez que fracaso, es más, nunca he
conseguido hacer un hechizo en condiciones. Suspiro, tristemente, me levanto y
dejo el espejo encima de mi cama.
Cuando vuelvo de darme un baño, algo me llama la
atención, es mi espejo, parece que da a una pequeñísima habitación, con paredes
de madera, también hay una cama que parece ser de paja, probablemente, para
tener esta vista tan clara de la habitación, el espejo debe estar apoyado en la
pared y en el suelo.
Voy corriendo hacia mi cama y me siento con una
gran sonrisa, cojo mi espejo y me pongo a mirar a través de él
De repente aparece una persona, un chico, parece
ser de mi edad. Es moreno, alto, guapo… Se tumba en su cama, boca arriba,
¿cuándo se dará cuenta? ¿Debo hablarle yo o dejar que él me vea?
De un momento a otro se mueve y se pone mirando
hacia el espejo. Su expresión cambia, parece medio asustado, medio asombrado,
medio curioso… y medio de todo. Se levanta poco a poco de su cama y se va
acercando hacia mí, es decir… hacia el espejo.
Se agacha y veo como lo coge, mi mirada es rígida,
le estoy mirando a los ojos, a sus verdes ojos. Él me mira un rato más, luego
dice:
- ¿Qui…
Quie-e-e-n e-e-eres? Su voz tiembla a
mil por hora.
- ¿Cómo estás en mi espejo? Dice, y cada
vez parece más asustado
Acerca su mano al cristal…
- ¡NO!. – Grito.
Él se asusta (más que antes) y casi se le cae el
espejo pero lo coge.
-
Tran… Tranquilo,
soy Sofía. No debes atravesar el espejo.
-
Hola… Sofía,
¿por qué no debo atravesarlo?. ¿Cómo es que estás aquí… quiero decir… en mi
espejo?. Yo me llamo Febrero.
-
Te lo voy a
explicar, pero no te asustes, confía en mí. He hecho un conjuro para a través
del espejo, conocer a mi amor verdadero y lo he conseguido, - digo con una
sonrisa, no tan bonita como la suya, él me aplaude-.No debes atravesarlo porque
para que se cumpla debes aceptar que nada con vida pasará de un lado a otro
hasta que pasen lo “Tres Años de la Paciencia” que es lo que hay que pagar para que
se cumpla el hechizo. No puede pasar nada con vida hasta que pasen los tres
años desde el día de hoy si no, moriremos.
-
Estás diciendo
que yo… ¿Soy tu amor verdadero?
-
El espejo me ha
llevado a ti…-Los dos nos reímos- Vaya, es la cosa más rara que he dicho nunca…
-
Pues me alegro
que nos haya juntado, tienes un pelo precioso. - Dice Febrero.
-
Y tú una sonrisa
muy agradable. Oye, dices que te llamas Febrero, un nombre curioso ¿no?
Después de llevarse sonriendo tres minutos y
veintisiete segundos, me contó que se llamaba así porque había nacido un 29 de
febrero y, como eso, en su pequeña aldea nunca había pasado, le pusieron
Febrero en su honor. Probaron a ponerle Bisiesto, pero Febrero le parecía mejor
a todo el mundo. Me preguntó si aquí nadie me escuchaba, y yo le conté que me
gustaba escuchar la música alta, pero a mis vecinos no mucho. Entonces mi padre
me insonorizó la habitación. Le pregunté lo mismo y me dijo que cuando él
estaba en su choza (como él la suele llamar) sus padres y hermanos estaban
trabajando la tierra. Él no lo hacía porque por la mañana iba a la escuela y
por la tarde se suponía que se dedicaba a estudiar. Yo le dije que debía
estudiar, pero él me respondió diciéndome de memoria todo lo que había
estudiado hoy en la escuela, incluso me decía los problemas de matemáticas
número a número. Me dejaba impresionada.
-
Estudio mucho en
los recreos. No tengo a nadie con quien estar. - Me dijo.
-
Lo mismo digo.
-
Pues vaya,
menuda escuela de locos tienes, sin contarte a ti, claro.
-
¡Cállate! ¡Qué
tonto eres! – Digo riéndome… Es tan dulce …
-
¡Oye!
-
¡Lo digo de
buena forma! – Digo, refiriéndome a lo de haberle dicho “tonto”.
-
Entonces, eres
tonta.- Dice sonriéndome.
-
Te voy a matar.
- Le digo riéndome.
-
Prueba, pero a
lo mejor te cuesta un poquito. Bueno… si sabes atravesar cristales…
-
Se puede, con
este sí, quiero decir, pero ya sabes que no debemos…
-
Por los “Tres
Años de la Paciencia”,
lo sé. Tranquila.
Así fueron pasando los días, las semanas, los
meses… Quedábamos a una cierta hora y nos llevábamos hasta tardísimo juntos, si
se puede decir así. Le conté lo sola que me sentía antes de haberle conocido, y
él me contaba que el único amigo que tenía había empezado a dejarle solo.
-
Pero no me
importa, porque te tengo a ti, más o menos. - Me decía.
El primer año, pasó rápido, nos regalamos unas
cartas mutuamente, nos las tiramos a través del espejo para no rozarlo. Su
carta tenía un poema, Febrero es un gran poeta, pero por mucho que le digo que
escriba, dice que no, porque dice que no escribe tan bien como yo le digo, pero
es un genio.
El segundo año, no fue muy bien, hubo numerosas
inundaciones, seguidas de sequías allá donde vivía Febrero. Entonces su familia
siempre estaba en su choza y tenía que compartir la habitación con el hijo del
vecino, porque se había inundado la casa de éste. Menos mal, que la de Febrero
estaba más segura, pero aún así había riesgo. Entonces cada vez hablábamos
menos, nadie podía enterarse de esto, así que nos distanciamos.
Cada vez estaba más convencida de que nada había
sucedido y de que me estaba volviendo loca, pero por fin, un día, volvió.
-
¿Sofía? ¡Sofía! ¡Estoy
aquí!
Cogí rápidamente el espejo cuando lo escuché y ahí
estaba.
-
¡Febrero! Estás
aquí, en el espejo claro, llegué a pensar que no existías y era todo
imaginación mía.- Y empecé a llorar.
-
Existo, toma. -
Y se arrancó un pelo de la cabeza y lo tiró a través del espejo. -Te Quiero
-
Te Quiero
Nunca pensé que algo tan sencillo como un pelo
pudiera significar tanto.
Así pasó el poco tiempo que quedaba para que
pasaran tres años y estábamos muy felices… y nerviosos. La noche antes casi no
pude dormir pero quería tener fuerzas, no quería parecer cansada.
Habíamos planeado que él atravesaría el
espejo.
-
Te quiero. Fue
lo primero que me dijo cuando lo atravesó, y me abrazó.
-
Te quiero- le
dije cuando, después de un largísimo rato, nos separamos.
Nos quedamos un gran tiempo abrazados, yo apoyada
en su hombro y él con su brazo sobre los míos acariciándome el pelo y mirándome
con su mirada protectora.
-
Eres muy bonita.
– Me dijo.
Yo sonreí mirándole.
-
Oye… - Dijo
Febrero-
-
Dime
-
¿Qué vamos a
hacer cuando seamos mayores? Quiero decir… ahora está bien… pero… ¿y cuando
seamos mayores de edad? ¿Vamos a todas partes con un espejo? A ver… no es que
no quiera pero… ¡Necesito estar contigo Sofía!
-
Febrero… eres un
Sol. Tranquilo… a lo mejor de mayor me da por ir a una pequeña aldea y por
casualidad conocer a un chico…
Ahora, veinte años después, vivimos felizmente
casados en una casita en las montañas y con dos hijos siempre mirando a dos
espejos guardados como oro en paño y con un gran secreto que ocultar…
Carla Mª Pérez Jaén. 2º E.S.O. A
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