martes, 25 de marzo de 2014

NADIE ( Lucía Alonso.2º ESO C)




Amanecí flotando en una isla sobre una plancha de madera con un traje que no había visto en mi vida. No sabia que hacía allí, no recordaba nada. Cuando llegué a la orilla me rescató un hombre, más bien joven. Era alto y guapo y parecía bastante simpático y amable. Iba vestido con un esmoquin negro y llevaba un maletín negro en una mano. Me dijo que llevaba tiempo esperándome pero yo no podía recordarle y tampoco recordaba a mi familia (si la tenia), mi trabajo, mi nombre,…Él me dijo que no importaba y que podría empezar una nueva vida con el. En ese momento no sabia si irme con el o no. Pero como parecía de buena fe y no tenia con quien irme me fui con el.
A la mañana siguiente, me llevó a ver el pequeño y único pueblo que había en aquella pequeña isla. Los habitantes eran muy simpáticos y amables y me dieron una gran bienvenida. Pero lo que realmente me interesaba era saber el nombre de aquel chico pero ni el ni nadie me lo decía. Pero siempre que le preguntaba me decía “te lo diré cuando me digas tu el tuyo”. Así que asumí que nunca lo sabría ya que yo no podía recordar mi nombre.
Iban pasando los meses y cada vez sabíamás sobre el chico menos su nombre, su edad, su lugar de nacimiento. Pasaba largas tardes metida en aquella casa gigante esperando a que el llegara. Y pensaba en todos aquellos datos que no sabia de él. Me divertía inventarme cuentos sobre el, si había venido de otra galaxia y tenia un nombre raro…  Pero un día se me ocurrió un cuento bastante realista y parecía a lo que a mí me había pasado: A lo mejor él también había llegado a esta isla flotando, y a lo mejor no se acuerda de su pasado.
Esa misma noche cuando estábamos cenando, se lo comente. Se quedo mas pálido de lo normal y los ojos se le salían de las cuencas y me respondió con voz triste: “Lo siento llevo mucho tiempo ocultándotelo pero creo que ya ha llegado el momento” Me contó que hace muchos años él llegó a esta isla igual que yo y no se acordaba de nada, pero que a él lo rescato una mujer mayor que lo apunto a una escuela para que volviera a aprender y que pudiera tener un futuro. Pero antes de terminar su carrera como medico ella murió. Ella era como su madre y le dejo de herencia todo lo que tenía  la casa y el dinero. Con eso pudo terminar su carrera y tener un futuro como medico.
Me derrumbé. No sabía que él había pasado por eso pero le pregunte: “¿Por qué sabias que yo llegaría aquel día para que tu fueras a rescatarme?”
Él me contesto: “No fui ese día llevo yendo a esa playa todos los días desde que murió mi madre, porque sabía que si yo llegué allí y alguien estuvo allí para ayudarme quería que si alguien llegaba igual que yo pudiera tener a alguien que le ayudara".    


Él me contesto: “No fui ese día llevo yendo a esa playa todos los días desde que murió mi madre, porque sabía que si yo llegué allí y alguien estuvo allí para ayudarme quería que si alguien llegaba igual que yo pudiera tener a alguie que le ayudara".     

  
                                                                            

lunes, 17 de marzo de 2014

¿PESADILLA?

    Me despierto con una gota de sudor frío recorriéndome la frente, la respiración entrecortada, el pulso acelerado… una pesadilla. Como sé que no podré dormirme hasta dentro de una rato, salgo de la cama y me pongo las zapatillas. La puerta está abierta porque no me gusta dormir con la puerta cerrada, soy claustrofóbica. En el cuarto de al lado duermen mis padres. Puedo escuchar claramente su respiración. La claridad que se filtra por la ventana me permite bajar las escaleras y llegar hasta el salón. Enciendo la tele y pongo el volumen al mínimo. Están echando un documental. La presentadora sonríe y me mira desde el otro lado de la televisión. Un parpadeo, y la presentadora soy yo. Parpadeo otra vez pero no me he equivocado: rubia, pelo ondulado y ojos marrones, una cara demasiado ovalada y una nariz picuda, ésa soy yo. Me asusto y me acerco a la tele, se me han olvidado las gafas arriba. Una mano sale del televisor me agarra y me tira para adentro.

    Figuras psicodélicas de todos los colores giran mientras yo estoy sentada en la mano de una yo gigante. Mi gran yo sigue sonriendo, y con esa sonrisa inquebrantable me engulle de lleno y me traga como a una aspirina. Genial, ahora bajo por su esófago hacia algún lugar oscuro (aunque por un esófago sólo se baja a un estómago), pero yo sólo soy capaz de gritar. porque estoy muy asustada y pringada de mi propia saliva, afortunadamente esto es bastante ancho. En un tramo del camino me encuentro con un trozo de la pasta a la boloñesa que cené anoche. Me abren el paso amablemente. Cuando llego abajo entro en un mar de agua que no para de agitarse. Hay una barca en el lugar exacto donde aterrizo, como si me estuviera esperando. Así empiezo a moverme por ahí sin tener idea de adonde voy. Tengo la sensación de que la temperatura ha subido varios grados, si esto es de verdad un estómago, solo espero no salir por donde creo que voy a salir. Sigo avanzando mucho tiempo, hasta que chocamos contra algo y me doy cuenta de que me he dormido en la barca. Salto a tierra, ya parece haber amainado la tormenta y estoy en una playa de arena blanca y suave con palmeras aquí y allá como si alguien las hubiese colocado en su tiempo libre. Echo a andar hasta que me encuentro con una tortuga que sigue lentamente su paso de coronel:
    -Uno, dos, uno, dos…
    -¿Adónde vas?- Le pregunto.
    -A ninguna parte, solo intento ganar a la liebre que se ha quedado dormida en la palmera del camino…
    -Yo ya me sé ese cuento. Vas a ganar tú por si te interesa.
    -Si me dices cómo termina esto, ¡entonces pierde su gracia!
    -Bueno, entonces buena suerte.
    -Un, dos, un, dos…
    Sigo andando hasta que me encuentro a la liebre tendida a la sombra de la palmera.
    -Liebre, liebre… La tortuga te va a ganar.
    -¡Oy! Tengo que correr, correr, correr. Mucho tiempo dormí, más que el que debiera.
    Y echa a correr sin despedirse. Yo ando y ando por aquel paraíso sin fin hasta que llego a una casita en medio de ese arenal. Entro, sin llamar y sin preocuparme de quién vive ahí. Aunque cuando entro, lo que veo es mi casa. Oigo el sonido de la tele todavía puesta y la voz amable de la presentadora hablando sobre la gacela del norte de África. Ya me ha entrado el sueño, así que subo las escaleras hasta mi cuarto. Sin embargo, en cuanto llego a la segunda planta noto que algo va mal. Otra persona, que no es mi padre ni mi madre, que soy yo, duerme acurrucada en la salita que tenemos en la segunda planta. En cuanto me oye abre los ojos, verdes y con una pupila fina de serpiente. Olisquea el aire, y me mira, con hambre. Y tengo la certeza de que quiere comerme. Me quedo paralizada. La criatura que no soy yo (ahora lo tengo claro) se abalanza sobre mí. Salgo corriendo a mi cuarto. Cierro la puerta (que de algún modo es capaz de contener a la bestia) y me meto en la cama, ese rincón en el que se está siempre a salvo. La escucho gruñir y arañar la puerta, loca. De algún modo consigo dormirme.

    Me despierto con una gota de sudor frío recorriéndome la frente, la respiración entrecortada, el pulso acelerado… Una pesadilla. Como sé que no podré dormirme en un rato decido bajar a ver la tele. No sé quién habrá cerrado la puerta, ¿es que nadie sabe que soy claustrofóbica? Una respiración suave se escucha al otro lado de la puerta. Mis padres seguramente. La abro y la cara se me desencaja de horror.
                                                   
                                                      Lourdes Ortiz Fernández. 2º ESO B










MI PADRE TIENE UN SEMÁFORO.




Me llamo Adama, vivo en Kaduna, un pueblo en Nigeria. Mi aldea es muy bonita, o al menos a mi me lo parece. Pero no tenemos comodidades, y vivimos de lo que la tierra y los animales nos dan. Aquí todo el mundo tiene cabras con las que mantienen a la familia. Todos los días recorro 3 kilómetros para ir a la escuela, al igual que todos los niños de las aldeas cercanas. En la escuela tenemos un maestro que siempre nos dice que tenemos que formarnos y estudiar mucho para que un día, podamos salir todos adelante y vivir una vida mejor.
Por ese motivo mi padre se marchó hace un año. Porque aquí no había futuro y quería buscar una manera de poder ayudar a toda la familia. Él pensaba que si se marchaba e intentaba ganar dinero  nos podía mandar parte de ese dinero y así ayudarnos. Con nuestros ahorros de muchos años conseguimos pagar a unos hombres que se dedicaban a llevar emigrantes escondidos a Europa. Así que mi padre se marchó junto con otros hombres de la aldea. No supimos nada de él durante varias semanas, y mi madre lógicamente estaba muy preocupada. Al igual que el resto de la familia. Porque, como nos habían contado, sabíamos que muchos de ellos a veces hasta morían en el viaje.
Un día nos llegó una carta. Todos nos reunimos ansiosos a ver lo que contaba mi padre. Había sido un viaje muy largo, había visto morir a dos de sus compañeros y había pasado mucho miedo. Pero había llegado sano y salvo a España.
Un día cada dos semanas más o menos nos manda una carta contándonos como está y algo de dinero que consigue reunir. Con ese dinero, mi madre ha comprado una cabra y telas para ropa. Mi madre siempre ha sabido coser muy bien y ahora vende en la aldea parte de la ropa que hace ella.  Mi padre nos cuenta que está bien. Pero yo sé que en el fondo nos echa de menos. Dice que muchas veces la policía le pide papeles que no tiene y él se tiene que esconder. También tiene miedo de que un día le obliguen a volver a su país. Nos cuenta, que donde está, las cosas no son tan fáciles como él pensaba que serían.
Pasa frío, calor, a veces se moja, muchas veces pasa hambre. Está en ‘su’ semáforo. Allí intenta vender pañuelos y rosarios a los conductores, pero ya hay tantos inmigrantes en los semáforos que la gente está ya cansada de ellos. Pero tienen que intentar comprender que están en una situación muy difícil. Deberían pensar lo afortunados que son de tener trabajo y una vida fácil. Menos mal que siempre hay buenas personas que le echan una mano. Mi padre nos cuenta que allí todo el mundo tiene coches. Y se mueven a todas partes con él. También que siempre ve a gente en bicicleta, sobre todo a niños de mi edad. A mí me encantaría tener una bicicleta. Iría a todas partes con ella, incluso al colegio, y así, no tendría que andar tantos kilómetros todos los días. Al principio, ninguno de nosotros sabíamos lo que era un semáforo. Hasta que mi padre un día nos lo explicó en una de sus cartas. Me encantaría ver uno. La ciudad en la que está viviendo se llama Jerez. Vive junto con otros africanos en unas habitaciones muy baratas que han encontrado a las afueras de la ciudad. Él también tenía una bicicleta que un amigo suyo le había prestado pero el otro día nos contó que se la habían robado mientras estaba sentado descansando un poco. Ahora tiene que caminar bastante ya que las distancias allí también son largas.
Nos ha llegado una carta en la que mi padre habla de que está esperando que le den los papeles porque parece que le han ofrecido un trabajo  en el campo recogiendo fruta. Mi padre siempre ha trabajado en el campo así que lo sabrá hacer muy  bien. Si todo sale bien, pronto podremos estar todos juntos allí. Y empezaremos una nueva y mejor vida. Y entonces, podré tener una bicicleta, una casa sin goteras, no pasaré tanta hambre, podré estudiar…
                           Patricia Perea Soto. 2º ESO A.
 

LA SANTA COMPAÑA




En un pueblo de la provincia de Cádiz, llamado Puerto Serrano, ocurrió un hecho que se convirtió en leyenda en aquel pequeño pueblo. Era un día de Abril, sobre las 4:00 de la mañana. Como en esa época en la que yo estaba no había luz eléctrica, me desperté pronto para hacer el pan ,ya que no había panaderías y era mejor hacer el pan antes para así llevarlo al horno del pueblo y no esperar mucha cola. Como no tenía ninguna cerilla o material para poder encender un candil que había al lado de la chimenea, iba a preguntarle a mi hijo Paco. Pero al recordar que a esa horaél trabajaba alimentando a las bestias de aquel pueblo, para que por la mañana  las  bestias como los mulos o los bueyes, pudieran tener energía para trabajar durante todo el día. Por eso, estaba completamente sola, ya que desgraciadamenteera viuda. En vista de que no podía encender el candil, fui a la casa de una vecina para pedirle o bien alguna cerilla o yesca. Sorprendentemente, cuando salí en busca de la yesca o las cerillas, vi una procesión en la que muchas personas iban encapuchadas empuñando un cirio entre sus manos. Esperando que pasara aquella extraña profesión, que, sinceramente, no sé de donde salió, el último de los penitentes me dijo:
-      Tome  usted este cirio señora :¿no quería encender el candil?
Yo, un poco asustada y a la vez sorprendida lo cogí pensando cómo podría haber adivinado que necesitaba el cirio para encender el candil.
Entré en la casa y tras avanzar por un pequeño pasillo llegué hasta la cocina, donde rápidamente encendí el candil con el cirio y acto seguido salí de nuevo a la calle  para devolverle aquel cirio al penitente que me lo dejó. Cuando salí, sospechosamente eché un vistazo  hacia los lados y no había nada ni nadie. No quedaba ni rastro de ese cortejo. Solo pude contemplar una extraña y pequeña masa de niebla que merodeaba al final de la calle.  Finalmente, me adentré hacia mi casa, y antes de hacer el pan, puse aquel cirio, que tendría que devolverlo, sobre una mesa en el salón. Dos horas y media más tarde, terminé de hacer el pan, y, por casualidad pasé por el salón, donde dejé la vela. Al mirar allí ,no encontré el cirio. Solo pude ver un vaso de agua, que ya estaba ahí, y un hueso largo que parecía ser de una persona. Podía ser un cúbito o un radio. Yo, estaba muy asustada. Cuando mi hijo llegó,  le dije lo sucedido nerviosamente mientras el se tomaba su café donde remojaba  unas lengüitas de gato. Mi hijo reaccionó un poco confuso y me recomendó que fuera a ver al padre Ramón, en la parroquia del pueblo, y que no fuera sola, sino que fuese  con mi vecina más próxima.
Tras hablar con mi vecina Julia sobre esto, ella estuvo de acuerdo sobre ir a visitar al padre Ramón, para que nos ayudase. Mientras íbamos, portando el hueso que apareció en mi casa,  a la pequeña capilla donde atendía las confesiones el padre Ramón , nos encontramos con un vecino del pueblo, él nos dijo que el padre Ramón estaba en su casa. Nosotras esperábamos impacientes mientras amablemente este vecino lo llamaba. Cuando el padre Ramón salió le contamos lo sucedido. El, sorprendido, nos dijo que le siguiéramos hacia la parroquia, ya que allí había mucho más silencio.
     Una vez que llegamos, el padre Ramón nos dijo:
    “Está bien, esto no se lo digáis ustedes a nadie.” “Vale”, le respondimos al unísono mi vecina Julia y yo. Julia muy preocupada le dijo al padre:
    -“¿ Qué hacemos, padre, a qué se refiere?”
    El padre dirigiéndose a mí, me dijo: “Tú has de esperar cada noche afuera, en el umbral de tu casa, hasta que aparezca nuevamente aquella procesión de la que me hablas. Y si ves un penitente sin luz, dale ese hueso que encontraste en el poyete de la chimenea de tu casa. Hija mía, la procesión a la que haces alusión es la Santa Compaña.”
En el momento en el que escuché lo que me dijo el padre, un enorme escalofrío sacudió todo mi cuerpo, sentía que me flaqueaban las piernas y no tenía ni fuerzas ni tan siquiera para emitir palabra alguna. Todo ello porque era bien sabido que la Santa Compaña tenía una escalofriante y tenebrosa leyenda a sus espaldas. Todo esto hizo que me conmocionara.
La leyenda, en concreto, dice que un día en Galicia, unos terroristas allanaron un convento de monjas, dejando tras su paso sólo desolación: mataron todas las monjas que había. Tras ese tremendo y trágico día, se dice que se ven los  espíritus de todas ellas procesionando por todos los cementerios y pueblecitos tanto de Galicia como de toda España.
Yo, que todavía continuaba en estado de shock, no dejaba de pensar y recapacitar en las palabras que el padre Ramón me había trasladado. Así , que seguiría las recomendaciones que el párroco me había dado: a partir de ese momento estaría todas las madrugadas, a la misma hora, a las cuatro en punto, en la puerta de mi casa a ver si podía devolverle aquel hueso al penitente que no llevase cirio.
En primera noche no encontré ni rastro de aquel cortejo, lo mismo pasó a la segunda noche, hasta que la tercera noche de mi vigilia, oí como pasos en la calle, pensando que serían las pisadas de almas tristes y apagadas que marcarían el ritmo de la procesión. Pero cuando salí a la calle no pude ver absolutamente nada ni a nadie. Desesperada por devolver el cirio, que misteriosamente se había convertido en hueso, al penitente, hacía agonizante la espera…….. hasta que a la cuarta noche, a las cuatro de la mañana, pude ver alguien en la calle…. Era como una fila de personas, la cual se alargaba hasta donde no alcanzaba mi vista: era la procesión, era la Santa Compaña. Estuve esperando a que fueran pasando, en un silencio sepulcral, de uno en uno hasta que llegase el penitente desprovisto de cirio. Llegó ese momento, el último de la fila no tenía cirio. Cuando llegó a mi lado pude ver que su cara era pálida y triste. Intenté hablar con él, gesticulé pero era como si no me escuchara, no me hacía caso. Sin embargo no creo que no me oyera, porque pude ver cómo al llamar su atención movía sus ojos. Era como si siguiese un ritmo y no lo pudiera abandonar , un  ritmo al que todos obedecían.
Pasado unos minutos, cuando lo tuve justo delante pude observar que ¡le faltaba un trozo de brazo!
Fue en ese momento cuando sospeché que aquel extraño ser podría ser el espíritu de  mi difunto marido ya que antes de morir me dedicó una frase “ Si le ves en el otro mundo, dale el hueso”. Nunca supe qué quiso decir  con ello. Aún así lo dudaba puesto que a mi marido no le faltaba ningún miembro y aparte sus palabras fueron si le ves, o sea, en tercera persona. A lo mejor se refería a algún amigo.
Sin pensar en más, desesperada, cogí el hueso y se lo di de inmediato. Reaccionó cogiéndolo lenta y fuertemente. Se aferró a él, y de repente el hueso se convirtió en cirio y éste prendió. En ese momento grité, no lo hizo muy fuerte para no llamar la atención de nadie, pero mi grito fue de sorpresa, miedo y alivio a la vez.
Tras ese momento vi cómo la procesión desaparecía lentamente y sus integrantes se disipaban entre la niebla.
Desde aquel día siempre he tenido algún candil encendido en mi casa, y eso sí, nunca me faltaron más ni las cerillas o una piedra de encendido. También he de decir que desde aquella noche sigo oyendo de vez en cuando a la misma hora el paseo acompasado de decenas de personas por las calles, no me levanto a mirar, simplemente me vuelvo en mi cama, porque ya sé quién o quienes provocan ese tenue sonido en el silencio de la noche.
                               
     Germán Sánchez-Cruzado Muñoz. 2º ESO A.
 

A TRAVÉS DEL ESPEJO



-           Me siento muy sola, Dulce, ven a hablar conmigo.
-          Sofía, ya sabes que no puedo, tengo que limpiar la casa, es mi trabajo.
-          ¡Jo!

Subo las escaleras corriendo pensando en lo que voy a hacer cuando llegue a mi habitación. Sí, necesito hacerlo de una vez aunque… Quizás no lo consiga y las chicas del colegio tengan razón en cuanto a mi supuesta locura. Ya estoy en mi habitación, bien.
Cojo mi libro, mi libro de hechizos, luego voy al centro de mi habitación, que, al vivir en una mansión de lujo, es tan grande que tiene hasta biblioteca propia, lo cual me viene muy bien, me encanta leer, sobre todo los libros de hechiceros y hechiceras con sus poderes y su idioma arcano tan impresionante… Y sus conjuros, eso es lo mejor. No es la primera vez que haga (o intente hacer) un conjuro sacado de mi libro de hechizos.
Por fin llego al centro, donde hay un sol gigantesco estampado. Me siento mirando a mi tocador, lleno de maquillaje (que aún no se ni para qué lo tengo) que está al lado de la puerta. A mi izquierda están los grandes ventanales que ocupan casi toda la pared, a la derecha está mi gigantesca y casi infinita estantería con millones de tomos de toda clase, pero el grupo dominante son las novelas de hechizos. A mi espalda está micaza y las puertas que dan a mi baño y a mi vestidor.
Tengo mi libro, necesito un espejo y …¡olvidaba que este conjuro necesita música de ritual!.
Ya lo tengo todo, la música está al máximo, estoy sentada igual que antes, mi libro está abierto por la página correcta y tengo mi espejo, EL Espejo…
Empiezo a recitar el conjuro con los ojos cerrados, las luces apagadas y con el espejo en mis manos.
-Espej Espejum Esperum Amorum, encuentra a mi amor verdadero, haz que lo vea y que lo conozca a través de este espejo, Espej Espejum Esperum Amorum. Prometo tener paciencia y guardar los tres años de espera antes de cruzar el espejo y reunirme junto a mi amor. Gracias.
Apago la música, enciendo la luz con los ojos todavía cerrados. Vuelvo al centro de mi habitación, me siento y más que nerviosa, abro los ojos mirando hacia el espejo. Nada. Simplemente mi reflejo. Debería aparecer el lugar donde vive el amor de mi vida, o incluso su imagen si se encuentra mirando hacia el espejo y en el caso de que no tuviera espejo, aparecería una X de color rojo. Nada.
No es la primera vez que fracaso, es más, nunca he conseguido hacer un hechizo en condiciones. Suspiro, tristemente, me levanto y dejo el espejo encima de mi cama.
Cuando vuelvo de darme un baño, algo me llama la atención, es mi espejo, parece que da a una pequeñísima habitación, con paredes de madera, también hay una cama que parece ser de paja, probablemente, para tener esta vista tan clara de la habitación, el espejo debe estar apoyado en la pared y en el suelo.
Voy corriendo hacia mi cama y me siento con una gran sonrisa, cojo mi espejo y me pongo a mirar a través de él
De repente aparece una persona, un chico, parece ser de mi edad. Es moreno, alto, guapo… Se tumba en su cama, boca arriba, ¿cuándo se dará cuenta? ¿Debo hablarle yo o dejar que él me vea?
De un momento a otro se mueve y se pone mirando hacia el espejo. Su expresión cambia, parece medio asustado, medio asombrado, medio curioso… y medio de todo. Se levanta poco a poco de su cama y se va acercando hacia mí, es decir… hacia el espejo.
Se agacha y veo como lo coge, mi mirada es rígida, le estoy mirando a los ojos, a sus verdes ojos. Él me mira un rato más, luego dice:
 - ¿Qui… Quie-e-e-n  e-e-eres? Su voz tiembla a mil por hora.
         - ¿Cómo estás en mi espejo? Dice, y cada vez parece más asustado
Acerca su mano al cristal…
    - ¡NO!. – Grito.
Él se asusta (más que antes) y casi se le cae el espejo pero lo coge.
-          Tran… Tranquilo, soy Sofía. No debes atravesar el espejo.
-          Hola… Sofía, ¿por qué no debo atravesarlo?. ¿Cómo es que estás aquí… quiero decir… en mi espejo?. Yo me llamo Febrero.
-          Te lo voy a explicar, pero no te asustes, confía en mí. He hecho un conjuro para a través del espejo, conocer a mi amor verdadero y lo he conseguido, - digo con una sonrisa, no tan bonita como la suya, él me aplaude-.No debes atravesarlo porque para que se cumpla debes aceptar que nada con vida pasará de un lado a otro hasta que pasen lo “Tres Años de la Paciencia” que es lo que hay que pagar para que se cumpla el hechizo. No puede pasar nada con vida hasta que pasen los tres años desde el día de hoy si no, moriremos.
-          Estás diciendo que yo… ¿Soy tu amor verdadero?
-          El espejo me ha llevado a ti…-Los dos nos reímos- Vaya, es la cosa más rara que he dicho nunca…
-          Pues me alegro que nos haya juntado, tienes un pelo precioso. - Dice Febrero.
-          Y tú una sonrisa muy agradable. Oye, dices que te llamas Febrero, un nombre curioso ¿no?
Después de llevarse sonriendo tres minutos y veintisiete segundos, me contó que se llamaba así porque había nacido un 29 de febrero y, como eso, en su pequeña aldea nunca había pasado, le pusieron Febrero en su honor. Probaron a ponerle Bisiesto, pero Febrero le parecía mejor a todo el mundo. Me preguntó si aquí nadie me escuchaba, y yo le conté que me gustaba escuchar la música alta, pero a mis vecinos no mucho. Entonces mi padre me insonorizó la habitación. Le pregunté lo mismo y me dijo que cuando él estaba en su choza (como él la suele llamar) sus padres y hermanos estaban trabajando la tierra. Él no lo hacía porque por la mañana iba a la escuela y por la tarde se suponía que se dedicaba a estudiar. Yo le dije que debía estudiar, pero él me respondió diciéndome de memoria todo lo que había estudiado hoy en la escuela, incluso me decía los problemas de matemáticas número a número. Me dejaba impresionada. 
-          Estudio mucho en los recreos. No tengo a nadie con quien estar. - Me dijo.
-          Lo mismo digo.
-          Pues vaya, menuda escuela de locos tienes, sin contarte a ti, claro.
-          ¡Cállate! ¡Qué tonto eres! – Digo riéndome… Es tan dulce …
-          ¡Oye!
-          ¡Lo digo de buena forma! – Digo, refiriéndome a lo de haberle dicho “tonto”.
-          Entonces, eres tonta.- Dice sonriéndome.
-          Te voy a matar. - Le digo riéndome.
-   Prueba, pero a lo mejor te cuesta un poquito. Bueno… si sabes atravesar cristales…
-          Se puede, con este sí, quiero decir, pero ya sabes que no debemos…
-          Por los “Tres Años de la Paciencia”, lo sé. Tranquila.

Así fueron pasando los días, las semanas, los meses… Quedábamos a una cierta hora y nos llevábamos hasta tardísimo juntos, si se puede decir así. Le conté lo sola que me sentía antes de haberle conocido, y él me contaba que el único amigo que tenía había empezado a dejarle solo.

-          Pero no me importa, porque te tengo a ti, más o menos. - Me decía.

El primer año, pasó rápido, nos regalamos unas cartas mutuamente, nos las tiramos a través del espejo para no rozarlo. Su carta tenía un poema, Febrero es un gran poeta, pero por mucho que le digo que escriba, dice que no, porque dice que no escribe tan bien como yo le digo, pero es un genio.
El segundo año, no fue muy bien, hubo numerosas inundaciones, seguidas de sequías allá donde vivía Febrero. Entonces su familia siempre estaba en su choza y tenía que compartir la habitación con el hijo del vecino, porque se había inundado la casa de éste. Menos mal, que la de Febrero estaba más segura, pero aún así había riesgo. Entonces cada vez hablábamos menos, nadie podía enterarse de esto, así que nos distanciamos.
Cada vez estaba más convencida de que nada había sucedido y de que me estaba volviendo loca, pero por fin, un día, volvió.

-          ¿Sofía? ¡Sofía! ¡Estoy aquí!

Cogí rápidamente el espejo cuando lo escuché y ahí estaba.

-          ¡Febrero! Estás aquí, en el espejo claro, llegué a pensar que no existías y era todo imaginación mía.- Y empecé a llorar.
-          Existo, toma. - Y se arrancó un pelo de la cabeza y lo tiró a través del espejo. - Te quiero.
-          Te quiero.

Nunca pensé que algo tan sencillo como un pelo pudiera significar tanto.
Así pasó el poco tiempo que quedaba para que pasaran tres años y estábamos muy felices… y nerviosos. La noche antes casi no pude dormir pero quería tener fuerzas, no quería parecer cansada.
         Habíamos planeado que él atravesaría el espejo.

-          Te quiero. Fue lo primero que me dijo cuando lo atravesó, y me abrazó.
-          Te quiero- le dije cuando, después de un largísimo rato, nos separamos.

Nos quedamos un gran tiempo abrazados, yo apoyada en su hombro y él con su brazo sobre los míos acariciándome el pelo y mirándome con su mirada protectora.
-          Eres muy bonita-me dijo. Yo sonreí mirándole.
-    Oye… -dijo Febrero- ¿Qué vamos a hacer cuando seamos mayores? Quiero decir… ahora está bien… pero… ¿y cuando seamos mayores de edad? ¿Vamos a todas partes con un espejo? A ver… no es que no quiera pero… ¡Necesito estar contigo Sofía!
-     Febrero… eres un Sol. Tranquilo… a lo mejor de mayor me da por ir a una pequeña aldea y por casualidad conocer a un chico…

Ahora, veinte años después, vivimos felizmente casados en una casita en las montañas y con dos hijos siempre mirando a dos espejos guardados como oro en paño y con un gran secreto que ocultar…



Carla Mª Pérez Jaén. 2º E.S.O.  A


A Través Del Espejo


-          Me siento muy sola, Dulce, ven a hablar conmigo.
-          Sofía, ya sabes que no puedo, tengo que limpiar la casa, es mi trabajo.
-          ¡Jo!

Subo las escaleras corriendo pensando en lo que voy a hacer cuando llegue a mi habitación. Sí, necesito hacerlo de una vez aunque… Quizás no lo consiga y las chicas del colegio tengan razón en cuanto a mi supuesta locura. Ya estoy en mi habitación, bien.
Cojo mi libro, mi libro de hechizos, luego voy al centro de mi habitación, que, al vivir en una mansión de lujo, es tan grande que tiene hasta biblioteca propia, lo cual me viene muy bien, me encanta leer, sobre todo los libros de hechiceros y hechiceras con sus poderes y su idioma arcano tan impresionante… Y sus conjuros, eso es lo mejor. No es la primera vez que haga (o intente hacer) un conjuro sacado de mi libro de hechizos.
Por fin llego al centro, donde hay un sol gigantesco estampado. Me siento mirando a mi tocador, lleno de maquillaje (que aún no se ni para qué lo tengo) que está al lado de la puerta. A mi izquierda están los grandes ventanales que ocupan casi toda la pared, a la derecha está mi gigantesca y casi infinita estantería con millones de tomos de toda clase, pero el grupo dominante son las novelas de hechizos. A mi espalda está micaza y las puertas que dan a mi baño y a mi vestidor.
Tengo mi libro, necesito un espejo y …¡olvidaba que este conjuro necesita música de ritual!.
Ya lo tengo todo, la música está al máximo, estoy sentada igual que antes, mi libro está abierto por la página correcta y tengo mi espejo, EL Espejo…
Empiezo a recitar el conjuro con los ojos cerrados, las luces apagadas y con el espejo en mis manos.
-Espej Espejum Esperum Amorum, encuentra a mi amor verdadero, haz que lo vea y que lo conozca a través de este espejo, Espej Espejum Esperum Amorum. Prometo tener paciencia y guardar los tres años de espera antes de cruzar el espejo y reunirme junto a mi amor. Gracias.
Apago la música, enciendo la luz con los ojos todavía cerrados. Vuelvo al centro de mi habitación, me siento y más que nerviosa, abro los ojos mirando hacia el espejo. Nada. Simplemente mi reflejo. Debería aparecer el lugar donde vive el amor de mi vida, o incluso su imagen si se encuentra mirando hacia el espejo y en el caso de que no tuviera espejo, aparecería una X de color rojo. Nada.
No es la primera vez que fracaso, es más, nunca he conseguido hacer un hechizo en condiciones. Suspiro, tristemente, me levanto y dejo el espejo encima de mi cama.
Cuando vuelvo de darme un baño, algo me llama la atención, es mi espejo, parece que da a una pequeñísima habitación, con paredes de madera, también hay una cama que parece ser de paja, probablemente, para tener esta vista tan clara de la habitación, el espejo debe estar apoyado en la pared y en el suelo.
Voy corriendo hacia mi cama y me siento con una gran sonrisa, cojo mi espejo y me pongo a mirar a través de él
De repente aparece una persona, un chico, parece ser de mi edad. Es moreno, alto, guapo… Se tumba en su cama, boca arriba, ¿cuándo se dará cuenta? ¿Debo hablarle yo o dejar que él me vea?
De un momento a otro se mueve y se pone mirando hacia el espejo. Su expresión cambia, parece medio asustado, medio asombrado, medio curioso… y medio de todo. Se levanta poco a poco de su cama y se va acercando hacia mí, es decir… hacia el espejo.
Se agacha y veo como lo coge, mi mirada es rígida, le estoy mirando a los ojos, a sus verdes ojos. Él me mira un rato más, luego dice:

 - ¿Qui… Quie-e-e-n  e-e-eres? Su voz tiembla a mil por hora.
         - ¿Cómo estás en mi espejo? Dice, y cada vez parece más asustado
Acerca su mano al cristal…
    - ¡NO!. – Grito.

Él se asusta (más que antes) y casi se le cae el espejo pero lo coge.

-          Tran… Tranquilo, soy Sofía. No debes atravesar el espejo.
-          Hola… Sofía, ¿por qué no debo atravesarlo?. ¿Cómo es que estás aquí… quiero decir… en mi espejo?. Yo me llamo Febrero.
-          Te lo voy a explicar, pero no te asustes, confía en mí. He hecho un conjuro para a través del espejo, conocer a mi amor verdadero y lo he conseguido, - digo con una sonrisa, no tan bonita como la suya, él me aplaude-.No debes atravesarlo porque para que se cumpla debes aceptar que nada con vida pasará de un lado a otro hasta que pasen lo “Tres Años de la Paciencia” que es lo que hay que pagar para que se cumpla el hechizo. No puede pasar nada con vida hasta que pasen los tres años desde el día de hoy si no, moriremos.
-          Estás diciendo que yo… ¿Soy tu amor verdadero?
-          El espejo me ha llevado a ti…-Los dos nos reímos- Vaya, es la cosa más rara que he dicho nunca…
-          Pues me alegro que nos haya juntado, tienes un pelo precioso. - Dice Febrero.
-          Y tú una sonrisa muy agradable. Oye, dices que te llamas Febrero, un nombre curioso ¿no?

Después de llevarse sonriendo tres minutos y veintisiete segundos, me contó que se llamaba así porque había nacido un 29 de febrero y, como eso, en su pequeña aldea nunca había pasado, le pusieron Febrero en su honor. Probaron a ponerle Bisiesto, pero Febrero le parecía mejor a todo el mundo. Me preguntó si aquí nadie me escuchaba, y yo le conté que me gustaba escuchar la música alta, pero a mis vecinos no mucho. Entonces mi padre me insonorizó la habitación. Le pregunté lo mismo y me dijo que cuando él estaba en su choza (como él la suele llamar) sus padres y hermanos estaban trabajando la tierra. Él no lo hacía porque por la mañana iba a la escuela y por la tarde se suponía que se dedicaba a estudiar. Yo le dije que debía estudiar, pero él me respondió diciéndome de memoria todo lo que había estudiado hoy en la escuela, incluso me decía los problemas de matemáticas número a número. Me dejaba impresionada.

-          Estudio mucho en los recreos. No tengo a nadie con quien estar. - Me dijo.
-          Lo mismo digo.
-          Pues vaya, menuda escuela de locos tienes, sin contarte a ti, claro.
-          ¡Cállate! ¡Qué tonto eres! – Digo riéndome… Es tan dulce …
-          ¡Oye!
-          ¡Lo digo de buena forma! – Digo, refiriéndome a lo de haberle dicho “tonto”.
-          Entonces, eres tonta.- Dice sonriéndome.
-          Te voy a matar. - Le digo riéndome.
-          Prueba, pero a lo mejor te cuesta un poquito. Bueno… si sabes atravesar cristales…
-          Se puede, con este sí, quiero decir, pero ya sabes que no debemos…
-          Por los “Tres Años de la Paciencia”, lo sé. Tranquila.

Así fueron pasando los días, las semanas, los meses… Quedábamos a una cierta hora y nos llevábamos hasta tardísimo juntos, si se puede decir así. Le conté lo sola que me sentía antes de haberle conocido, y él me contaba que el único amigo que tenía había empezado a dejarle solo.

-          Pero no me importa, porque te tengo a ti, más o menos. - Me decía.

El primer año, pasó rápido, nos regalamos unas cartas mutuamente, nos las tiramos a través del espejo para no rozarlo. Su carta tenía un poema, Febrero es un gran poeta, pero por mucho que le digo que escriba, dice que no, porque dice que no escribe tan bien como yo le digo, pero es un genio.
El segundo año, no fue muy bien, hubo numerosas inundaciones, seguidas de sequías allá donde vivía Febrero. Entonces su familia siempre estaba en su choza y tenía que compartir la habitación con el hijo del vecino, porque se había inundado la casa de éste. Menos mal, que la de Febrero estaba más segura, pero aún así había riesgo. Entonces cada vez hablábamos menos, nadie podía enterarse de esto, así que nos distanciamos.
Cada vez estaba más convencida de que nada había sucedido y de que me estaba volviendo loca, pero por fin, un día, volvió.

-          ¿Sofía? ¡Sofía! ¡Estoy aquí!

Cogí rápidamente el espejo cuando lo escuché y ahí estaba.

-          ¡Febrero! Estás aquí, en el espejo claro, llegué a pensar que no existías y era todo imaginación mía.- Y empecé a llorar.
-          Existo, toma. - Y se arrancó un pelo de la cabeza y lo tiró a través del espejo. -Te Quiero
-          Te Quiero

Nunca pensé que algo tan sencillo como un pelo pudiera significar tanto.
Así pasó el poco tiempo que quedaba para que pasaran tres años y estábamos muy felices… y nerviosos. La noche antes casi no pude dormir pero quería tener fuerzas, no quería parecer cansada.
         Habíamos planeado que él atravesaría el espejo.

-          Te quiero. Fue lo primero que me dijo cuando lo atravesó, y me abrazó.
-          Te quiero- le dije cuando, después de un largísimo rato, nos separamos.

Nos quedamos un gran tiempo abrazados, yo apoyada en su hombro y él con su brazo sobre los míos acariciándome el pelo y mirándome con su mirada protectora.

-          Eres muy bonita. – Me dijo.

Yo sonreí mirándole.

-          Oye… - Dijo Febrero-
-          Dime
-          ¿Qué vamos a hacer cuando seamos mayores? Quiero decir… ahora está bien… pero… ¿y cuando seamos mayores de edad? ¿Vamos a todas partes con un espejo? A ver… no es que no quiera pero… ¡Necesito estar contigo Sofía!
-          Febrero… eres un Sol. Tranquilo… a lo mejor de mayor me da por ir a una pequeña aldea y por casualidad conocer a un chico…

Ahora, veinte años después, vivimos felizmente casados en una casita en las montañas y con dos hijos siempre mirando a dos espejos guardados como oro en paño y con un gran secreto que ocultar…



Carla Mª Pérez Jaén. 2º E.S.O.  A